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Explorando Utah: Las cascadas de Kanarra

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Cerraba mis ojos y el sonido del agua cayendo sobre las rocas y fluyendo en su cauce, me relajaba y me deleitaba. Esta vez, no era mi máquina para dormir ni los audios de YouTube, que se escuchan para meditar. 

Sucedía en vivo y a medida que me acercaba a la montaña, su sonido era más intenso. Al igual que el canto de los pájaros que me acompañaban en mi caminata.  

Cuando abría mis ojos, en cambio, sobre mi resplandecía ese color naranja y rojizo del cañón que se imponía frente a mí.  

Mi amigo y yo estábamos solos en medio de la naturaleza. Mientras entrábamos al cañón por el arroyo y nuestro camino se estrechaba, el paisaje se volvía alucinante por la poca entrada de luz. Era el mejor momento para recargar energías. 

Esta conexión con la naturaleza ocurrió en las cascadas de Kanarra, cerca del Parque Nacional Zion, en el estado de Utah (el oeste de Estados Unidos), conocido por sus formaciones geológicas rocosas que evocan al planeta Marte.  

¿Cómo llegar?  

Las cascadas de Kanarra es la ruta de senderismo que se ha convertido en un nuevo destino, por ser una caminata corta, por su parecido al cañón del Antílope, pero con agua y por ser muy fotografiable. 

Era finales de noviembre y acompañaba a un amigo a manejar desde Los Ángeles hasta Nueva York (costa oeste a este). Salimos de Las Vegas a las 5am y casi tres horas después comenzamos la aventura.

La manera más fácil es llegar manejando desde Las Vegas (2 horas y media) o desde la ciudad de Salt Lake (cuatro horas y media). Otra opción es dormir en Cedar (a 15 minutos) o St. George, que son dos pueblos cercanos. Esta caminata es ideal y una parada estratégica si estás recorriendo el Gran Cañón, el Parque Nacional Zion, o el cañón Glen.

¿Qué empacar?  

Lo más importante y lo primero que hay que empacar: zapatos para agua, botas para caminatas o medias de lana que sean para excursión. En otoño y primavera, el agua es helada y parte del camino es sobre el río.  

Por viajar sin mucha planificación, andaba con zapatos deportivos blancos (que volvieron llenos de lodo y arcilla) y por más que cruzaba lentamente pisando las piedras o saltando entre los cauces hubo un punto donde no tenía otra opción que mojarme y congelarme.  En cambio, mi amigo estaba preparado.

En verano incluso se puede llevar traje de baño… Obvio, incluir agua y protector solar. 

La expedición  

La caminata es moderada y corta. La duración total es de 2 a 3 horas, pero depende si avanzas hasta la tercera cascada. Aunque la mejor vista la tiene la primera caída de agua.  Como la ruta de ida es la misma que la de retorno, son en total 5.4 kilómetros hacia el primer punto. ¿Fácil no?  

Al comienzo es plano, despué se sube por la colina, luego entre ramas, por las rocas y saltando riachuelos. El sendero no está señalizado, pero no es complicado ver la ruta. A medida que uno se acerca al cañón, el trayecto se estrecha y hay que adentrarse para poder ver la primera cascada.  

Las formaciones rocosas erosionadas, el color del cañón, la cascada, un tronco y una escalera de madera fueron el marco de la primera parada de Kanarras. Subiendo se llega a las otras dos estaciones, pero la mejor y la más fotografiable sin duda es esta.  

Mis zapatos inadecuados me impidieron seguir hacia la segunda cascada, pues la escalera era resbaladiza y el agua, heladísima. ¡Aprendí mi lección! Sin embargo, aproveché ese momento para deleitar mi vista y mantener ese contacto con la belleza natural que ofrece el estado de Utah. 

Datos:  

  • La entrada vale 12 USD por persona e incluye el parqueadero. Hay que reservarlas con anticipación en el sitio web www.kanarrafalls.com 
  • La caminata es limitada a 150 personas por día. No es recomendable para menores de 6 años. 
  • La mejor temporada es la primavera y el otoño.  
  • Las mascotas no están permitidas.  

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12 cosas que hacer en Praga

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Amor a primera vista. Así definiría Praga, capital de la República Checa. Es una de las ciudades más románticas y espléndidas de Europa del este. Conocida, también, por tener el castillo más grande y la calle más estrecha del mundo.

Sus torres, sus iglesias góticas, sus techos rojos, su luz tenue y su laberinto de callejuelas empedradas te sumergen en su historia medieval. Otros espacios, recuerdan el amargo paso de las guerras mundiales, la invasión nazi y los estragos del Comunismo.

A Praga se la puede conocer a pie, ya que sus calles son un museo, pero se requiere al menos 4 días para disfrutarla mejor. Así que recopilé qué hacer durante un fin de semana. Claro, respetando las reestriciones debido a la pandemia por el covid19.

1.- Observar el Reloj Astronómico   

El esqueleto tira de la cuerda, las figuras alegóricas referente a los vicios se mueven, los 12 apóstoles aparecen por las ventanitas y finalmente, el gallo canta. Centenares de turistas se aglomeraban cada cambio de hora para formar parte del mejor espectáculo de Praga. 

El reloj está en la plaza de la Ciudad Vieja (Staré Město) y con más de 600 años todavía funciona. ¡Wow! Puede mostrar la hora, la fecha, la posición de los cuerpos celestes y los ciclos astronómicos. Imposible no filmar un vídeo. 

2.- Subir a la Torre del Ayuntamiento  

Las mejores postales de la ciudad medieval son sin duda desde la Torre del Ayuntamiento, arriba del Reloj Astronómico. Tiene 70 metros de altura y desde la terraza se observan las iglesias y los castillos que decoran la ciudad.

Su precio es de 10 USD (250 corona checa).  

3.- Visitar la iglesia Nuestra Señora de Tyn 

Uno de los monumentos más góticos de Praga. Es también, la iglesia más antigua. Encontrar la entrada es un poco complicado porque no tiene fachada. Pero, el ingreso es desde un callejón lateral. Su entrada es gratis, aunque hay una contribución voluntaria.   

4.- Conocer la Torre de la Pólvora  

Era una de las 13 puertas de entrada de la Ciudad Vieja y como lo dice su nombre ahí se almacenaba la pólvora durante las guerras desde el siglo XVIII. En la zona superior de la torre hay una terraza al aire libre, desde allí se obtienen unas estupendas vistas del distrito. 

5.- Cruzar el puente de Carlos  

Las áreas más conocidas de Praga son Staré Město (Ciudad Vieja) y Malá Strana (la Ciudad Nueva). Las dos se conectan con el concurrido puente de Carlos.  

Este emblemático puente fue construido por el Rey Carlos IV. Su encanto: está rodeado de artistas callejeros, quienes tocan románticas melodías o venden sus cuadros. Es tan romántico que dan ganas de cruzarlo una y otra vez. La mejor hora es de noche, pero vale madrugar y poder disfrutarlo vacío. 

6.- Tocar la imagen del perro de San Juan Nepomuceno  

El puente Carlos tiene 30 esculturas religiosas, pero no son las originales. La que se lleva toda la atención es la de San Juan Nepomuceno y la figura de su perro.  

Cuenta la leyenda que el santo era el confesor de la reina de Bohemia. El Rey Wenceslao IV, que desconfiaba de su mujer, le preguntó a Nepomuceno por las supuestas infidelidades y como él no quiso revelarle nada, le cortaron la lengua y lo tiraron al río Moldava desde el puente. 

La creencia popular dice que si se coloca la mano izquierda sobre la figura del perro (que simboliza fidelidad) y se pide un deseo, éste será concedido. 

7.- Caminar por el Barrio Malá Strana 

Cruzando el puente y del otro lado de la Ciudad Vieja está el área de Malá Strana. Su vibra es más juvenil porque está rodeado de bares, restaurantes, galerías, librerías y tiendas. Pero, aún podrás observar castillos e iglesias.

También está la Torre Petrín, una imitación en pequeño de la Torre Eiffel de París, pero con la mejor vista panorámica de Praga; el museo del dramaturgo Franz Kafka, y a pocos pasos la calle más estrecha, donde un semáforo te indicará si puedes o no transitar.  

8.- Recorrer el Castillo de Praga  

Es el más grande del mundo, pero no es solo un castillo sino un conjunto arquitectónico que incluye también palacios, torres, la iglesia gótica San Vito y el callejón de oro (el antiguo barrio de los orfebres y donde vivió el escritor Franz Kafka). 

El castillo está marcado por invasiones, incendios y guerras. Fue un cuartel de los nazis en la II Guerra Mundial y luego desde ahí funcionaba las oficinas soviéticas. Ahora es la Sede de la Presidencia.  

Se requiere de buen estado físico para subir la colina y las gradas empedradas hasta empezar el circuito. Pero, al bajar las escalinatas, hay sitios para tomarse un vino caliente o cervezas con una vista espectacular de la ciudad. Ya abajo, está cercana la estación del metro.

9.- Tomarse una foto en el muro de John Lennon  

Seas o no fanático de los Beatles, ésta es una parada obligatoria ya que es el símbolo de la libertad de expresión en Praga. Es un sitio muy concurrido por los que buscan fotografiarlo y por qué no, escuchar sus canciones interpretadas por artistas callejeros.

Cuenta la historia que cuando asesinaron a John Lennon (en Nueva York, 1980) como parte de los homenajes en el mundo, apareció su retrato rodeado de frases en contra del régimen comunista que dominaba la República Checa esa década. A pesar de que las autoridades comunistas pintaban continuamente de blanco el muro, volvían a retratarlo junto con nuevos mensajes.  

10.- Hacer la ruta por las obras de arte de David Černý 

La antítesis de la monumental e histórica Praga la conforman las peculiares y controvertidas esculturas del artista checo, David Černý. Vale la pena apreciar algunos de sus alocadas obras que tienen un tono de protesta y denuncia social.  

En Malá Strana y al pie del museo Kafka, te llamará la atención dos figuras en movimiento que orinan sobre un estanque con la forma de la República Checa. Volviendo a la ciudad vieja, en la calle Husava, deberás fijarte bien en la escultura que aparece colgado de una viga (Sigmund Freud). 

A unos pasos, la obra más buscada por los turistas. Su gran trabajo llamado Metamorfosis, que es la cabeza del escritor Kafka en una escala de 11 metros, de acero y que está en constante movimiento.   

Caminando hacia la Plaza Wenceslao y escondida en uno de sus edificios, está la escultura de San Wenceslao, santo y símbolo de la identidad checa. La versión de Černý de ésta figura muestra a su caballo boca abajo, muerto y con la lengua fuera. 

11.- Fotografiar la Casa Danzante  

Si seguimos buscando obras artísticas, modernas y fuera de lo común hay otra parada: La Casa Danzante.

Nadie creería que una pareja de bailarines de Hollywood inspiró esta construcción, que fue criticada al inicio por su estilo, para nada lineal. Ahora es otro ícono de la ciudad y se puede incluso subir al bar de la terraza, tomar más cervezas junto al Río Moldava.  

12.- Probar el Trdelník, el Goulash y sus cervezas artesanales  

En cada esquina de Praga, especialmente en la ciudad vieja, se ven locales horneando unos rollitos y luego rellenándolos de helado. Son los Trdelnik y aunque sea un kilo de azúcar no se puede pasar la oportunidad de probarlos.  

El Goulsah es otro plato típico, consiste en carne guisada con especias. El sabor es bastante fuerte por lo que lo acompañan de rodajas de pan o papas. La tradición, también, es servirlo con una cerveza negra.

Y si es sobre cervezas, los habitantes de este país son conocidos por consumirlo más en todo el mundo. Solo en Praga hay 30 fábricas. La Pilsner Urquell es una de las típicas.  

Antes de la pandemia se organizaban tours por cervecerías que llevan más de un siglo funcionando y por supuesto, recorridos por los bares.  Ahora es mejor consultar los sitios oficiales para tener una idea más clara sobre las restricciones.  

Datos:  

  • La República Checa pertenecía a Checoslovaquia y se separó en 1993.  
  • Su idioma es el checo.
  • Su moneda es la Corona Checa, a pesar de ser parte de la Unión Europea.
  • Praga es muy asequible. La mejor época en cuanto a precios de hoteles y vuelos es el invierno. La transportación es económica, al igual que los precios de los tours y los restaurantes.
  • En la Ciudad Vieja se encuentran los tours gratuitos, cualquier turista puede acompañarlos. Obvio se deja propina.  
  • Si tienes más tiempo puedes agregar a tu lista el barrio y cementerio judío, la Plaza de Wenceslao, ver una obra de teatro negro y un paseo por el Río Moldava. 

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Holbox: El paraíso mexicano

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Nos adentrábamos al fondo del mar. En medio de una completa oscuridad, solo seguíamos los pasos y las voces de nuestros guías Guilmer y Alfonso. ¿Miedo? ¡Jamás! Lo contrario. Mis 5 amigas y yo nos sentíamos emocionadas por la absoluta tranquilidad, por el maravilloso espectáculo de estrellas del que éramos espectadoras y de lo que veríamos tan pronto avanzáramos unos pasos más.  

Caminamos casi 300 metros y el agua apenas cubría nuestras rodillas. Guilmer nos indicó que agitáramos el mar con nuestras manos (lo más fuerte) y fue ahí cuando el show inició. Miles de lucecitas turquesas se desplazaban en el mar y nos iluminaban, y cuando sacábamos las manos se quedaban impregnadas por unos segundos.  

Si así eran nuestras manos, ¿Por qué no probar todo el cuerpo?, nos preguntábamos. En ese instante, nos dimos el chapuzón y dentro del agua nuestro cuerpo brillaba como si tuviéramos estrellas. Era inevitable no llenarse de la energía que la naturaleza nos regalaba.  

Queríamos registrar ese momento. Lástima que en la oscuridad fue imposible una foto o vídeo con estos llamados plancton bioluminiscente, unos diminutos microorganismos que, como las luciérnagas, emiten su propia luz azul. 

Cortesía de la Asociación Hotelera de Holbox.

Holbox, México 

Para vivir esa experiencia, solo nos tomó:  un avión a Cancún, un carro rentado en el aeropuerto, un ferry tomando desde el puerto de Chiquilá y un carrito de golf… Así fue nuestra bienvenida a México. A la Península de Yucatán y específicamente a la isla de Holbox.  

Hol-bo-(sh) como la pronuncian los mexicanos es el secreto mejor guardado del país, aunque en los últimos años sus playas paradisiacas y sus publicidades en Instagram la han convertido en el nuevo destino para quienes visitan la Riviera Maya. 

Esta pequeña isla tiene alma verde, es ‘eco-friendly’. No encontrarás pretenciosos hoteles, una vida nocturna bulliciosa o lujos. Tampoco calles pavimentadas ni autos, ya que en su lugar hay carritos de golf y bicicletas.

Ese es su encanto. Sentirse apartado del ruido, rodearse con pelícanos y flamencos, y disfrutar de una amplia playa color turquesa, mientras tomas una cerveza, una margarita o un mojito. 

Sin embargo, Holbox si tiene una oferta de hospedaje amplia. Sus hoteles son cómodos y elegantes, pero manteniendo una decoración rústica. Nosotros llegamos al Soho Boutique Holbox. Debido a la pandemia por el Covid19, solo días antes había reabierto, y al estar la zona de Riviera Maya en semáforo naranja, su capacidad debía ser del 30%.

¿Qué hacer?  

A lo que vinimos: La playa. Al no ser un destino masivo y estar en cuarentena mundial, teníamos kilómetros de arena fina, y el agua turquesa cristalina y sin olas solo para nosotras. Era el paraíso, a pesar de las altas temperaturas y el sol tan resplandeciente. Meses antes sus hamacas y columpios eran un atractivo, pero debido a la pandemia fueron retirados.  

Gilmer y Alfonso una vez más nos ofrecieron su tour de casi 4 horas. Esta vez sería en bote por tres islas pequeñas. El servicio era completo: una botella de tequila Don Julio 70, soda de toronja, agua, protector solar, repelente de mosquitos y música. ¡Estábamos listos!  

La primera fue una excursión para explorar la Isla de los Pájaros, que es el hogar de cerca de 100 especies de aves. La Isla Pasión fue la segunda parada, que es un islote que se puede rodear caminando por el mar. En todo el trayecto el agua te llega al tobillo.  

Y, la tercera es el cenote Yalahau, un sitio sagrado para la cultura Maya. Los nativos dicen que sus aguas son curativas y sumergirse ahí es rejuvenecer 5 años. Así que luego de 1 hora bañándonos teníamos 20 años. 

Sintiéndonos adolescentes continuamos descubriendo Holbox. Era el tiempo para pasear por el centro. Sus calles arenosas estaban con grandes pozos debido a la lluvia de días anteriores. Esquivando el agua, alcanzamos a ver algunos de sus famosos y coloridos murales. Junto a ellos locales de artesanías mexicanas y las casas también con colores pasteles. 

Mi hora favorita de acercaba: la de la caída del sol. El mejor sitio para disfrutarlo era Punta Cocos. Esta vez encontramos en nuestra ruta dos bares en la playa: Coralina y el Chiringuito. Eran los lugares indicados para disfrutar los mosaicos de colores comiendo unos tacos de camarón con una “paloma” (bebida hecha con tequila y refresco de toronja).  

Holbox tiene otras atracciones como andar en bicicleta por Punta Mosquito (extremo este de la isla), ver al tiburón ballena (entre junio y agosto), bucear, pescar y bañarse junto con los flamencos.  

Al otro día y horas antes de subirnos al ferry, nuestra parada obligatoria era en Roots para probar la mejor pizza de langosta hecha en horno de leña.  Una fina masa cubierta con pedacitos del crustáceo se deshacía en nuestra boca. Tan recomendada que entre 5 nos comimos 4 pizza familiares. ¡Ah! Y para una buena despedida, vale acompañarlo con un Frida Kahlo (tequila con pepino, menta y limón).

Holbox, que en Maya significa Hoyo Negro, fue nuestro lugar perfecto para escaparnos y desconectarnos (con todas las precauciones debidas) de todo lo que ha ocurrido en este 2020. Sus habitantes viven también del turismo por lo que observamos rigurosamente cómo siguen al pie de la letra todos los protocolos de desinfección e higiene. Ellos nos dieron la confianza de que estábamos en las mejores manos; y su atmósfera, en la mejor isla.

Para Anotar:    

  • Holbox está ubicado al norte de la Península de Yucatán en México.  
  • Lo rodea las aguas del Golfo de México.  
  • Es parte de la Reserva Natural Yum Balam.
  • Es una isla de 40 kilómetros de largo y 2 km. de ancho.  
  • Idioma: español.  
  • Moneda: El peso mexicano. Es mejor llevar efectivo pues hay pocos cajeros automáticos en la isla y ya al mediodía no tienen dinero.  
  • Transportación: Bicicletas y taxis que son carros de golf. 
  • ¿Cómo llegar? En ferry, que sale desde el puerto de Chiquilá y vale 200 pesos (9USD), botes privados por el mismo precio por persona o tomar vuelo privado que vale entre 550 y 1200 USD.  

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La nueva normalidad de la Riviera Maya

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Vacaciones, viajar, aviones, turistear, expediciones, tours, cruceros… Son palabras que en tiempos de pandemia nos las han quitado del vocabulario.  Hasta pensarlas provoca frustración, pues todos esos planes de visitar otro país se vinieron abajo este 2020. 

Definitivamente, en tiempos de Covid19, viajar no es la opción más acertada y quedarse en casa es la mejor manera de protegerse. 

Pero, hay quienes (me incluyo) pasamos chequeando esos vuelos baratísimos, hoteles con precios ridículos y restricciones de cada país, y queremos vencer el miedo al tomar “ese” riesgo. Al mismo tiempo, hay un sector turístico que necesita sobrevivir en medio de la crisis. 

Fue así como en julio llegué a la Riviera Maya, en México. Luego de informarme cuales son los sitios más seguros y que medidas de protección se deberían tener en cuenta. Playa del Carmen, Tulum y Holbox fueron los más acertados. Días antes, la zona había recibido el Sello internacional ‘Safe Travel’, que se los otorga la organización World Travel & Tourism Council, por cumplir con altos estándares de protección. 

El área comenzó desde junio a trabajar con una capacidad del 30% al 50% (semáforo epidemiológico naranja) así que era poco probable una aglomeración. Sus playas estaban cerradas, menos Holbox, por lo que busqué opciones de distracción y con el menor peligro de contagio. 

Los desolados aeropuertos 

Nos repiten que el aeropuerto es el sitio más inseguro. Por mi experiencia personal, no lo sentí de esa manera. Quedé boquiabierta al entrar a la terminal 4 del John F. Kennedy, en Nueva York. Era impresionante verla vacía. 

Al hacer el chequeo en línea, tener equipaje de mano y el boleto en mi celular me evité hacer fila en la aerolínea. En el punto de seguridad, los oficiales al igual que los pasajeros tenían la obligación de usar mascarillas. Nadie se te acerca al menos que la máquina detectora de metal suene y en cada rincón hay gel antibacterial. 

Viajé en Delta. En mi vuelo, 1 o 2 personas sentadas por fila. Me entregaron desinfectante, al abordar y cuando recibí una funda con agua y galletas. Casi 4 horas con la mascarilla es desafiante, pero las azafatas chequeaban regularmente si nos las sacábamos. La clave: lavarse las manos o desinfectárselas cuanto sea necesario. 

Al llegar, en el aeropuerto de Cancún, hay distancia social y todo luce desinfectado. Al regresar a Estados Unidos, en cambio, tuve que llenar una forma en línea donde confirmaba que no tenía síntomas ni que había estado con contacto con algún contagiado.  

 Holbox 

Mi primer destino fue la isla de Holbox. En esta ocasión preferí rentar un carro hasta el puerto de Chiquilá para  luego tomar el barco.  

El ferry tiene limitada su capacidad y para ingresar hay que cruzar el túnel de desinfección. Incluso para subirse a los taxis (que son carros de golf) una vez más el uso de cubrebocas es obligatorio. 

Los hoteles tenían su capacidad al 30%, por lo que te sientes que eres el único hospedado. Sus empleados además de la mascarilla, se protegieron la cara con los protectores faciales. Ellos, tomaban la temperatura a sus huéspedes al momento de ingresar y desinfectaban los zapatos.  

Hay actividades que no requieren estar en grupo, los hoteles ofrecen tours privados de hasta 5 personas. La playa es amplia y puede ser que no veas otro turista nadar en el mar o bronceándose a una distancia de 10 metros. 

Tulum

El segundo destino fue Tulum. En esta ocasión la opción fue rentar una casa en Airbnb. Sus dueños hicieron hincapié de que sus normas de higiene fueron rigurosas, pero no estaba de más tener toallas desinfectantes. 

Las restricciones por el covid y el exceso de sargazo (algas marinas) son las razones por las que estaba prohibido ingresar a las playas y a su zona arqueológica. Pero, Riviera Maya tiene un abanico de distracciones que incluye paseos a lagunas y cenotes (estanques naturales de agua dulce).  

Tulum es una de las ciudades mayas más visitadas en México, pero en esta ocasión solo se vieron locales. Sin embargo, es tan encantadora y con puntos de interés fotografiables que vale la pena recorrerlos en bicicleta, algo tradicional entre los turistas.  

Por 8 dólares renté una bicicleta por el día. Pedalear por la zona hotelera cercana a la playa fue una buena opción.  

El área es ideal para tomarse esas fotos perfectas para publicar en las redes sociales. Paradas obligatorias: El letrero “Follow de Dream”, de la tienda Lolita Lolita; los columpios de local de bebidas Matcha Mama; la escultura “Ven a la Luz” del artista Daniel Popper en el hotel “Ahau”; la entrada del hotel Selina, y el cenote dentro del restaurante Clandestino. 

Otra parada para disfrutar sin tener contacto con más turistas fue la laguna Kaan Luum. Esta gigante reserva natural abre desde la 9am. Lo caracteriza sus tonalidades, que van cambiando a medida que se vuelve más profundo. Además, tiene hamacas y columpios alrededor que hace la visita más placentera y relajante.  

Su precio es de 50 pesos (3USD). Adicional se puede rentar el equipo para hacer kayak o bucear.  

Uno de los sitios sagrados de los Mayas eran los cenotes, que son estanques de agua dulce con cuevas y ríos subterráneos. Son famosos a lo largo de la Península de Yucatán. Solo en Riviera Maya se puede bucear y nadar en unos 20 sitios. 

Cerca de Tulum está Gran Cenote, que es más abierto y amplio para respetar el distanciamiento. Aquí también, los protocolos de desinfección, de la nueva normalidad, se aplicaban y los empleados se preocupaban en evitar multitudes.  

Restaurantes   

Las playas estaban cerradas, pero los restaurantes de los hoteles al pie del mar si funcionaban. Aún era posible, tomarse una margarita y comerse unos tacos, disfrutando de la brisa y de la vista. Así fue como en hoteles como Mi Amor, en Tulum y Mamitas, en Playa del Carmen incluso se pudo ingresar a la piscina sin pánico, ya que, por la limitación de turistas, estaban casi vacías.   

En Playa del Carmen, los restaurantes comenzaban a reactivarse. Al entrar, sus meseros completamente protegidos, le aplican a cada cliente desinfectante y les toman la temperatura. Asimismo, a cada mesa les colocaban letreros para notificar que están limpias y los menús eran códigos de barra que se escanean en el celular. Los bares y discotecas permanecían cerradas.

Viaje en catamarán   

Mi último día en el Caribe Mexicano decidí disfrutarlo tomando un tour por Isla Mujeres en un catamarán. Su capacidad limitada y la poca afluencia, hizo que en mi bote el número de turista sea reducido de 50 a 12.  

Al ingresar al puerto en Cancún, a todos nos tomaron la temperatura, nos ofrecieron el gel antibacterial y para entrar al catamarán, nuestros zapatos se quedaron en una caja, que sus empleados desinfectaban.  

La tripulación jamás se sacó su mascarilla, pero los visitantes si pudimos hacerlo, mientras estuviéramos separados. También, para hacer buceo recibimos los equipos desechables. 

Durante mi semana en Riviera Maya, pude observar que el sector turístico continúa preparándose para esta nueva normalidad y para cuando la reapertura del área sea del 100 por ciento.  

El turismo es considerado un trabajo esencial en México por lo que sus habitantes siguen y nos hacen cumplir exhaustivamente los protocolos sanitarios para que el peligro de contagio sea mínimo y todos los viajeros sientan confianza de viajar a pesar de la incertidumbre que se vive en el mundo.

Datos de interés:

  • Los parques de la cadena Xcaret están abiertos al público, pero con horarios reducidos. Lo mejor es chequear su página www.xcaret.com 
  • A partir del 7 septiembre, las playas de Riviera Maya (Cancún, Playa del Carmen, Tulum y otros municipios) ya entraron al semáforo amarillo. Sus playas comenzaron la reapertura en un 60%.
  • El aeropuerto de Cancún y Cozumel están abiertos.  
  • No se necesita hacer cuarentena al arribar a México. Pero para información sobre las restricciones y el semáforo epidemiológico se puede ingresar a www.reactivemonosq.roo.gob.mx 

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Viena en 30 mil pasos

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Cuando pensé que ninguna ciudad de Europa podría sorprenderme más, apareció Viena. Elegante. Majestuosa. Monumental. Imperial. Calles ricas en recuerdos medievales, renacentistas y progresistas; y con esquinas que inmortalizan a su hijo Wolfgang Amadeus Mozart y a su hijo adoptivo Ludwig van Beethoven.

Treinta mil pasos en menos de 24 horas (según mi iphone) fueron los precisos para entrar en la cápsula del tiempo y vivir la esencia de la capital de Austria: Tomar un clásico café y comer chocolates en cafeterías donde artistas, filósofos, políticos y revolucionarios disfrutaban de sus tertulias; comer el tradicional Wiener Schnitzel (una fina carne de ternera apanada) y entrar a la ópera a un espectáculo de ballet.

Al mismo tiempo, me dejé llevar por su modernidad, cruzando el puente sobre el deslumbrante y correntoso río Danubio en un monopatín eléctrico, que se ha vuelto tan popular en Europa.

¿Cómo llegué a Viena?

Durante mi estadía en Alemania abrí una de mis aplicaciones de vuelos económicos. 37USD (solo ida) en Wizzair. Jamás podría decirle que no a esa oferta tan tentadora. Era febrero, la temporada más baja del año. No solo en boletos aéreos sino en hoteles y teatros.

Eran las 8 am cuando mi avión aterrizó en Viena. Tomé el bus del aeropuerto (línea VAL2) y en 20 minutos estaba en el centro de la ciudad. Como era de esperarse, el hotel no podía chequearme, pero sin problemas aceptaron guardar mi bolso.

Más liviana, comencé mi recorrido. Abrí mi mapa y sin dudarlo, mi primera parada sería para desayunar en una de las cafeterías más tradicionales del país por décadas, por no decir por siglos.

Café Central

El encanto de la cafetería más famosa de Viena convierte su visita en una dulce experiencia. Su historia, su gastronomía y su arquitectura son el imán para las decenas de turistas que diariamente hacen fila de hasta una hora para poder acceder a una mesa.

Por dentro luce como una iglesia barroca, pero con cuadros del emperador austriaco Francisco José y la emperatriz Isabel, conocida como Sissi. La atención es rápida y su atmósfera acogedora. En mi caso pedí el ‘Mohr im Hemd’, que era una torta de chocolate caliente y helado de vainilla al estilo vienés. ¡Espectacular! Pero, el bizcocho más famoso era la tarta ‘Sacher’ (me enteré tarde).

Café Central es uno de los sitios más emblemáticos de Viena porque desde 1860 reunía en su local a intelectuales, políticos y artistas. Así que es inevitable pensar que en la mesa de a lado pudo haberse sentado Freud, Hitler o Stalin degustando el mismo café que tienes en la mano.

El Palacio Hofburg  

Era casi mediodía, así que estaba a contrarreloj. Al salir de la cafetería y sin buscarlo me encontré con el gran palacio Hofburg. Las carrozas transitando alrededor de este esplendoroso sitio te hacía regresar a la Viena imperial de hace 600 años atrás.

Y, es que fue desde el siglo XVI que este conjunto arquitectónico era la residencia de los Habsburgo, una de las familias reales más influyentes en Europa. Dentro del circuito se observa los antiguos aposentos de los emperadores, los museos, la iglesia, la escuela de invierno de Equitación y el despacho del presidente de Austria.

Avenida Graben y Kohlmarkt  

Al seguir caminando encontré mis calles favoritas: Graben y Kohlark. Son las avenidas de lujo Viena, rodeada de las tiendas Gucci, Tiffany, Dior… y cafeterías con jardines que decoran la ciudad.

La Catedral de San Esteban o ‘Stephansdom’

Caminando por la avenida Graben, llegué al corazón y punto neurálgico de la capital de Austria: Stephansplatz y la catedral gótica de San Esteban, que se levantó sobre las ruinas de una antigua iglesia. A simple vista sobresale la puntiaguda torre en forma de aguja que tiene más de 100 metros. Los visitantes pueden subir al mirador de la torre y tener una de las mejores postales de Viena.

El Ayuntamiento o ‘Rathaus’

Parte de Viena son sus edificaciones. Una más imponente que la que viste dos minutos atrás. Mi favorita y la que veía en libros de geografía y revistas de viajes: el ayuntamiento. En los meses de invierno abren una enorme pista de patinaje sobre hielo y lo rodean locales de comida. “¡Que buena vibra!” fue lo que expresé al ver el sitio repleto de turistas disfrutando del día soleado.

Las casas Hundertwasser

Eran las 4:00pm y era el momento de conocer la otra cara de Viena. Su parte colorida, moderna y surrealista. Luego de perderme, llegué al distrito 3 que alberga el complejo residencial de Hundertwasserhaus.

Definitivamente, no fue construida por ningún emperador en los siglos pasados. Ni tiene una arquitectura gótica. Pero, si fue creada en 1983, por un artista que es considerado el Gaudí de Austria, Friedensreich Hundertwasser.

La construcción es como un rompecabezas. No hay suelos rectos solo formas fantasiosas, colores vivos y en algunas ventanas asoman ramas.

A una cuadra también hay una galería llamada Hundertwasser Village, que es un antiguo taller mecánico convertido en galería y cafetería.

El Río Danubio

Al ser invierno, el sol se despedía más temprano y debía apurarme para conocer uno de los ríos europeos más importantes del mundo: El Danubio. Al estar un poco alejada del circuito histórico no tuve otra opción que subirme en el monopatín eléctrico. Memoricé el mapa y la dirección que debía tomar y le puse velocidad.

La experiencia es fantástica. Tienes una vía solo para bicicletas y monopatines. También pasé por uno de los parques más conocidos, el Prater, pero no me detuve. Anochecía y tuve la experiencia de cruzar el puente sobre el río. Una buena oportunidad para ponerme los audífonos y escuchar la famosa melodía del Danubio Azul.

La Ópera de Viena

Resulta inevitable vincular la imagen de Viena con la música. Por eso la joya de la capital austriaca es su ópera, una de las más conocidas del mundo. Debido a la temporada baja conseguí mi entrada en internet por 49 USD. Cuando fui a retirar el boleto tuve una grata sorpresa: Me cambiaron mi puesto a una de las primeras filas.

Ingresar al teatro, que fue destruido por completo en la II Guerra Mundial, es una experiencia casi mítica. Era entrar en una película renacentista o sentir que detrás del telón estaría Mozart.

Otro golpe de suerte fue la obra. Era un ballet británico de los coreógrafos Kenneth MacMillan, Wayne McGregor y Frederich Ashton que representaban, cada uno con sus bailarines, la evolución de este arte.

Llegando a la medianoche, mis últimos pasos eran para de retornar al hotel. En mi camino y por unas callejuelas oscura, encontré la casa de Mozart. Todo estaba cerrado y en silencio. Ahí me di cuenta de que 24 horas no fueron suficientes para descubrir esta sublime ciudad y está anotado un futuro regreso. Por lo pronto mi siguiente destino en tren, era Praga (República Checa).

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Cuarentena be like…

NY
Nueva York

¡Hey! Se que estás volando a Alemania. Por eso escogí este momento para escribirte. No te asustes. Soy tu, pero en el futuro. Tres meses, para ser exactos, pero eso sí, con un cúmulo de acontecimientos que han cambiado tu rumbo y el del planeta.

Estás a un par de horas de ver a tu familia. Abrázalos lo más fuerte que puedas y dale muchos besos a los niños. Como si no hubiera mañana. Si las temperaturas están bajas, que no te importe y sal a pasear, viaja y entusiásmate al ver gente. De todo eso habrá escasez. Suena disparado y atroz, pero es nuestra realidad. Mi intención no es alarmarte. Solo quiero que disfrutes esos pequeños momentos que das por sentado.

Estoy en Nueva York, en casa. Marzo y abril fueron borrados del calendario. También los días de la semana. Hoy es 4 de Mayo y mi celular dice que es lunes. ¡Ah! Tampoco llevamos un conteo de horas. No es importante. Ni para tu cuerpo que pide comida 10 veces al día y dormir cuando el sol comienza a levantarse.

¿Te preguntarás qué sucedió? ¿Recuerdas el virus que solo se veía por televisión? El “del murciélago” y que estaba en una ciudad que jamás habíamos escuchado en China; y el que los Presidentes, del Occidente, con arrogancia y convencidos decían que todo estaría “bajo control”.

Pues solo le tomó un par de aviones, conectarse en aeropuertos, luego entrar a terminales de buses y de trenes para llegar; regarse por las ciudades de todos los continentes, visitar las iglesias, conciertos, partidos deportivos y hasta formar parte de matrimonios. El famoso Coronavirus o covid19.

Hasta Wikipedia ya lo registra. Nuestra historia comenzó el 1er de Marzo con el primer caso confirmado en la ciudad. En Ecuador, un día antes. Dos semanas después, en ambos países, una cuarentena casi obligatoria nos dejó paralizados y cruzados de brazos. “¡Es una gripe, no entiendo el alboroto!”.  El “Gobierno está exagerando con estas medidas”. “Hagan caso y no salgan de casa”.  Discutían algunos de mis amigos en los grupos de chat.

Días antes y hasta la fecha, desaparecieron del planeta, perdón de las perchas, los productos de limpieza, el alcohol, los desinfectantes para manos, la vitamina C, acetaminofén, termómetros, mascarillas y guantes…

El papel higiénico y el Lysol/Clorox se volvieron en la nueva obsesión de los estadounidenses. Y, no solo porque el Presidente Trump dijo que sería un buen remedio beberlo, en uno de sus disparatados discursos. Por cierto, ¡es mentira!

Otra obsesión fue el producir videos en la aplicación ‘tik tok’ y publicarlos en Instagram, al igual que la comida, los postres, las bebidas, nuestras videoconferencias (Zoom, Whatsapp, Facebook) con vinos y los entrenamientos. Ay si el celular hablara… Lo tenemos pegados a nuestras manos y con ello una sobrecarga de información (mucho cuento), opiniones y críticas.

La cuarentena ha sido una alteración del entorno. En algunos casos, la sala se ha divido entre oficina (para teletrabajo), aula de clases, capilla, gimnasio, cine, restaurante y bar. Para mis vecinos del piso de abajo, lo mismo pero solo en sus dormitorios; y otras amigas, en cambio, el parqueadero de su edificio es el parque de sus hijos.

 

 

En casa has estado a salvo. Mientras tanto afuera el aterrador sonido de las ambulancias no cesaron hasta la semana pasada  y la “curva” de contagios, hospitalizaciones y muertes dejo de ser una línea ascendente y recién tomó su forma. Lastimosamente, llegan malas noticias y dar condolencias se volvió parte de una nueva y dolorosa rutina diaria. Casi todos y me atrevo a decir todos en Ecuador, hemos perdido un familiar o amigo.

Ecuador no aguantó este estallido. Nunca estuvieron preparados. Las primeras semanas, sus doctores y enfermeras peleaban contra el virus sin armas (sin trajes, ni equipos de seguridad). Tampoco Nueva York, que se convirtió en el epicentro del mundo. El Primer y el Tercer Mundo, con los mismos problemas y actuando con la misma dinámica, pero magnitudes y presupuestos diferentes.

Al mismo tiempo y en ambos países, en las calles, la batallan aquellos que necesitan su trabajo, que viven del día a día y que forman parte del sector esencial. A ellos también los llamamos “Héroes”.

Las manos generosas han sido un reconforte durante la pandemia. Creció un sentimiento de ayudar desde el encierro.  En los barrios de Nueva York se han instalado los bancos de comida, reparten alimentos a domicilio y hay quienes regalaron su cheque de estímulo, que el Gobierno nos entregó. Entre amigos, en cambio, nos hemos intercambiado mascarillas, vitaminas, guantes, frutas y hemos recolectado dinero. Hasta el dueño de casa me dejó al pie de la puerta una caja de paños desinfectantes.

Han pasado siete semanas y mis salidas son únicamente al supermercado. Los nuevos hábitos al comprar y la paranoia se dan de la mano cada 10 días: tener mascarillas, gafas, aretes pequeños, gorra, abrigo y guantes es parte del disfraz. Repetirte continuamente que no debes tocarte la cara. Y,  al llegar a la casa dejar tus zapatos y ropa afuera, lavar y desinfectar toda comida. Aun así, más de uno (me incluyo) ha creído que ya se contagió mientras trata de dormir.

Las filas en la tienda Target y de grandes supermercados son de casi una hora.

 

En una de mis salidas decidí quedarme en Manhattan. Times Square, el Empire State y sus avenidas siguen iluminada pero no resplandecen. Comprendí que el brillo se la damos nosotros, los locales y los turistas. Nueva York luce completamente dormida, aunque despierta solo a las 7pm cuando todos aplaudimos para dar gracias a nuestro personal médico.

No me atrevería a describir este aislamiento como negativo. El mundo nos dio una tregua para hacer cambios internos, mientras afuera su naturaleza se reintegra.

Padres e hijos se reencuentran, al igual que viejos amigos vuelven a conversar. Muchos estamos saliendo de la zona de confort. Otros, han aprovechado este tiempo para reflexionar, perdonar o pedir perdón, autoevaluarse, descubrir habilidades, buscar luz y crecer en esta adversidad.

Por eso cuando acabes de leer esa carta, compra esos vuelos a Viena y Praga. Sigue alimentando tu memoria y tu vida de momentos felices, para que repitas “Era feliz y si lo sabía”. En estos meses ya aprendimos que mañana no tenemos la seguridad de “estar”. Ahora estoy reconociendo que mañana tampoco sabemos si vamos a “tener”.

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Un balcón entre las nubes de Capadocia

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Era un ave. Lentamente volaba sobre el valle. Por momentos descendía hasta acercarme a unas formaciones rocosas que se asemejaban a unos hongos. El sol comenzaba a observarme. Poco a poco se levantaba, aunque las densas nubes lo opacaban. El cielo se iluminaba con sus tonos azules, amarillos y ocres.

Mi camino estaba marcado por la suave brisa que me acariciaba. De pronto, el ruido del quemador me devolvió a la realidad. No era un pájaro. Sólo tenía un privilegiado balcón entre las nubes, adentro de un gigantesco globo aerostático.

No estaba sola. En mi canasta 18 turistas y dos pilotos me acompañaban. En el cielo más de 2.000 personas compartían mi extraordinaria experiencia en este festival de globos aerostáticos.

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¿Dónde? Capadocia, al este de Turquía, Asia. Un sitio con paisajes surrealistas y orografía única producto de la erosión. Con palomares excavados en formaciones rocosas, barrancos y viñedos.

Esta región ha sido una de las más famosas en el mundo por este diario festival, ya que sus condiciones climáticas son “casi” siempre favorables lo que permite que los pilotos, de los 150 globos, manejen por el aire con mucha precisión. Repito “casi” porque justo el día de mi tour y el anterior los vuelos fueron suspendidos por el mal tiempo.

Así fue como esta aventura -que había planificado por seis meses- comenzó con la más desalentadora noticia. Al instante que aterricé en el aeropuerto de Kayseri (a una hora del área) un correo electrónico indicándome la cancelación de mi tour y la no disponibilidad de vuelos para el día siguiente me ató de manos. Subirme en la canasta se había vuelto una misión casi imposible.

La frustración y decepción no me dejaban apreciar el mágico e histórico valle al que había llegado. Lo reconozco. Soy obsesiva en cuanto a mis experiencias viajeras. Sin embargo, al día siguiente tomé un tour para recorrer los pueblos de Goreme, Avano, Urgup y Uchisar que componen la región de Capadocia.

Impresionantes capillas e iglesias dentro de cuevas con frescos casi intactos que plasman la vida y crucifixión de Jesús -del siglo IV- formaban parte del Museo al Aire Libre de Goreme, Patrimonio de la Humanidad. Y es que Capadocia es un sitio milenario, donde los primeros cristianos se escondían dentro de cuevas debido a la presión del Imperio Romano.

Capadocia fue moldeado por la madre naturaleza. Las erupciones volcánicas de hace millones de años atrás, sumadas a la erosión crearon estos paisajes lunares. En la Chimenea de las Hadas, el Castillo de Uchisar, el Valle del amor, el Valle de las palomas y el Valle de la Ilusión se aprecian rocas con diferentes siluetas como hongos, sombreros o formas de animales jamás vistos.

Sus pobladores lo hacen más atractivo al rodearlo con columpios, árboles decorados con jarros de cerámica y ojos azules que repelan las malas vibras; tiendas de ‘souvenirs’, heladeros que incluyen un show para servirte sus productos y camellos listos para fotografiarse contigo.

Enriquecerme con lo que ofrece Capadocia me hizo entender que el sitio no era solo un globo aerostático. Muchos turistas por miedo a las alturas no lo incluyen en su agenda. A pesar de eso, yo no me rendía. Toqué las puertas de al menos 20 agencias y le escribí por Instagram a pilotos y guías turísticos. Todos con la misma respuesta: “No hay espacio”.

Mustafa Budak, el gerente de la agencia de viajes Hot Air Balloon Cappadocia, me ofreció un tour alternativo. Estar presente en el proceso y ver los globos desde los mejores puntos de la región. A una pareja mexicana, a mi hermana y a mí nos tocó aceptarlo.

El día llegó. El reloj marcaba las 3:45 am y el sonido del llamado a la oración de la Mezquita nos despertaba. Nunca había sido tan fácil levantarme. Inmediatamente, Mustafa nos llevó a un campo abierto. Decenas de carros con canastas y buses turísticos se aproximaban.

Estaba oscuro pero podían observarse las lonas. Parecían cetáceos multicolores. Al pasar los minutos y con el fuego del quemador tomaban la forma de un gigante erguido. Los turistas emocionados aplaudían mientras se subían al globo.

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Con los primeros rayos de luz, los globos comenzaban a levitar. A mi alrededor unos 50 se alzaban al unísono. Era inevitable no llorar, de emoción, frustración y de tristeza al verlos partir sin mí.

En ese instante un “Jessica hay un espacio en el último globo”, me dejó en shock. El puesto era mío, aunque el precio fue el doble. Mis manos temblaban mientras me subía a la canasta. Este éxtasis lo compartían todos los turistas -en su mayoría de la India- quienes algunos por videoconferencia compartían este mágico espectáculo con sus familias.

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Suavemente abandonábamos el piso. ¿Vértigo? ¿Miedo? ¿Nauseas? No estaban en mi mente. Las sigilosas maniobras del piloto te hacen olvidarlo. Todo lo que importaba era que estamos flotando y el resto del mundo solo se movía debajo de nosotros.

Memet, el piloto, cautelosamente, movía el globo por diferentes sitios para poder apreciar el Valle del Amor, subía casi 800 metros de altura y en un momento incluso la disminuyó para acercarnos a una pareja que estaba casándose. Sus 9 años de experiencia en globos y 4 como piloto de avión nos daba la seguridad de que no habría fallas.

Así fue como una hora viajando entra las nubes, un aterrizaje perfecto encima de un remolque, una copa de champagne para brindar por esta experiencia, un diploma por la hazaña y la satisfacción de haberlo logrado fueron el cierre de esta inolvidable experiencia, la que me hizo sentir que flotaba por varios días.

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Para anotar:

  • Capadocia tiene dos aeropuertos: Kayseri y Nevsehir. El primero a hora y media y el segundo a 45 min. Los hoteles ofrecen servicios de traslados.
  • Los precios del paseo en el globo aerostático varia entre 180-250 dólares, dependiendo de la capacidad de la canasta y del tiempo que puede ser de 60 a 90 minutos.
  • Los paseos se desarrollan todo el año pero la mejor temporada es de abril a junio y septiembre a noviembre.
  • La oferta de hoteles es amplia con todo tipo de acomodaciones. Los mejores son los que están en las cuevas.

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Estambul: El tesoro de Turquía

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Asiática y europea; Católica, Musulmana y Judía; Bizantina, Romana y Otomano; caótica, densa y serena; antigua y cosmopolita… Así es Estambul, una de las ciudades con más historia, personalidad y contraste del mundo.

Estambul tiene olor a castañas y maíz; con el colorido de sus mezquitas, de los velos de las mujeres y las lámparas; y en sus calles se escucha la música sensual del cantante Tarkan. Posee un sabor a pistacho por su ‘baklava’ y a manzana por su famoso té turco.

Esta ciudad fue mi sitio estratégico en Turquía antes de Capadocia. Para ser honesta solo planifiqué mi estadía por dos días. ¡Qué gran error! No contemplé que la ciudad era gigantesca, colmada de palacios, mezquitas, museos, torres y mercados, y con una población de 15 millones.

Al salir del aeropuerto, su sobrepoblación, el desconocimiento del  idioma y los casi 40 grados de temperatura podrían ser la peor combinación para una bienvenida. Al menos lo fue para mí. Luego una hora y media en bus hasta llegar a la ciudad y de haber sido estafada por un taxista estaba un poco alarmada. ¿Dónde me fui a meter? Era una pregunta que se repetía en mi cabeza, mientras esperaba por mi habitación.

“No te asustes”, dijo el recepcionista mientras abría el inmenso mapa de Estambul. Luego explicarme los sitios para visitar, me recalcó que la ciudad es segura y no me defraudará. 

Seguí sus consejos y comencé esta “breve” aventura por la antigua Constantinopla. ¡Cortísima!  A esa hora solo me quedaba día y medio para recorrerla.

Nunca creas en la primera impresión. Sé que suena a lugar común, pero en este caso es totalmente cierto. Mi hotel quedaba en Sultanahmet, el barrio más antiguo de Estambul. Super colorido, con calles empedradas y con decenas de restaurantes. A tres cuadras estaba frente a dos de los más hermosos, impresionantes y emblemáticos sitios del mundo: Santa Sofía y la Mezquita Azul.

Santa Sofía, Hagia Sofia o Ayasofya

Dos medallones con caligrafía árabe dedicados a Alá y Mahoma junto a la imagen de Jesucristo en los brazos de la Virgen María me hicieron erizar. Es que en Santa Sofía o iglesia de la Santa Sabiduría  se observa la primera fusión de culturas y credos de la ciudad.

En el siglo III fue la primera catedral ortodoxa bizantina, luego católica. En 1453 con la conquista Otomana paso a ser una mezquita y recién en el año 1935 se convirtió en un museo.

Santa Sofía es  una joya arquitectónica compuesta de un altar y sus magníficos candelabros; sus pilares de mármol de la época otomana, los ocho enormes medallones con caligrafía árabe, los azulejos, los mosaicos bizantinos, las imponentes columnas, su enorme cúpula y los vitrales. Todo junto te provocan un éxtasis visual.

Su entrada es de 60 liras, equivalente a 10 USD. Y perfectamente puedes recorrerla en dos horas.

El Bósforo en bote

La hora de la caída del sol se acercaba. Había leído que la mejor vista era desde el Bósforo, el estrecho donde Asia y Europa se dan la mano. El tiempo era corto para elegir un crucero. La opción más sencilla fue un ferry para cruzar al otro continente: el barrio asiático Uskudar.

Los ferry parten cada 20 minutos y el ticket menos de 1 USD. Son amplios y cómodos. En el viaje las gaviotas nos escoltaban y era el mejor sitio para una foto panorámica de la ciudad, donde la enmarcan las mezquitas iluminadas, los faros, el puente y la Torre Gálata.

Ya de vuelta es imperdonable no cenar una de las terrazas a lo largo del Bósforo y debajo del puente Gálata. Decenas de turcos usarán sus habilidades para convencerte de que te quedes en  su restaurante.

La Mezquita Azul

¡8 am! Me quedaban pocas horas para terminar esta travesía. Rápidamente fui a la Mezquita Azul, el símbolo de la belleza musulmana e ícono de Turquía.

Por fuera, la también conocida Mezquita de Sultán Ahmed, tiene una escalera ascendentes de cúpulas y semicúpulas que terminan con una más grande y por dentro está recubierto por 20 mil azulejos hechos a mano donde el color azul prima.

La luz entra a través de 200 ventanas, su decoración tiene versos del Corán y el suelo está cubierto de alfombras bien conservadas, claro debes entrar sin zapatos y cubierta. Solo los musulmanes tiene acceso al área de oración, por lo que el recorrido puede ser corto. Su entrada es gratis.

El Palacio de Topkapi  

La historia y los tesoros del Imperio Otomán -que duró alrededor de 500 años- se encuentran en el Palacio Topkapi. Es gigante pero que mejor que enriquecerse al ver las habitaciones de los sultanes, quienes tenían su harén; sus bibliotecas, su artillería y sus joyas como la daga imperial empuñada  con oro y esmeraldas; y el cuarto diamante más grande del mundo.  La entrada vale 12 USD

El Gran Bazar

Llego el momento favorito del viaje: el del ‘shopping’. Cómo no volverse loca entre las casi 4 mil  tiendas que conforman el Gran Bazar. Imposible no perderse entre lámparas, candelabros, alfombras, cojines, platos, tazas, pañuelos, carteras, joyas…

Es una mezcla de lo tradicional como amuletos con ojos y lo moderno como las réplicas de zapatos, carteras y ropa Chanel, Gucci, Versace o Louis Vuitton.

¡Lo quería  todo! Y, en cada paso que das, los vendedores no me lo hacían fácil y  trataban de llamar mi atención, brindarme té de manzana  y  convencerme (en español) de comprar hasta lo que no necesitaba.

En el Gran Bazar la cultura del regateo debe ser prioridad. Esa habilidad la exprimí hasta salir corriendo de comprar una cartera en la que me pedían 1,500 liras y finalmente pagué solo 500.

La Torre Gálata

Llegó la noche en Estambul. Muy tarde para subir al mirador de la torre más alta de Estambul: el Gálata, ubicado en el barrio europeo Beyoglu . Pero, temprano para recorrer la zona.

Sus calles son estrechas y al ser una colina hay que subir escalinatas. Al llegar, la imponente torre medieval te recibe iluminada con colores azules y naranjas.

A su alrededor se fusionaba la música, el arte y los platos tradicionales. Inevitable  no deleitarse con el tradicional dulce, baklava, y mi último té turco en esta ciudad, mientras contemplo la magnitud de la torre.

Para regresar al hotel en Sultanahmet, el camino más rápido fue con el tranvía. Es seguro, cómodo y la tarjeta vale menos de 1 USD. Eso sí, mentiría si digo que entendí como funcionaban las  ‘Istanbulkart’. Las indicaciones estaban en turco, pero tuve la suerte que siempre había alguien dispuesto a ayudarme.

De este manera y casi sin sentir mis pies le saqué el jugo a mis dos días en esta monumental ciudad.  No logré llegar al Bazar Egipcio, ni a los barrios asiáticos, ni al museo de historia o las otras mezquitas. Ese será el recordatorio de que debo volver. Con más tiempo y con más maletas para llevarme todas las lámparas.

Santa Sofia
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Martinica: Un secreto francés en El Caribe

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Honestamente, hace 3 años no tenía idea dónde quedaba Martinica. Luego de que una amiga me comentara sus planes de viajar, decidí abrir Google.  ¡Era parte de las Antillas Francesas!  Me había olvidado completamente que existían y eso que fui una de las mejores estudiantes de geografía.

En enero, una vez más Martinica volvió a mi mente. Esta vez mientras buscaba vuelos para escapar del frío neoyorkino. República Dominicana, Barbados y México eran otras opciones, pero la idea de ir al Caribe que pocos conocen me atraía mucho más. Y lo digo porque amigos, familia y compañeros de trabajo también la desconocían. Incluso, apostaban que estaba en el Mediterráneo.

Martinica es un pedacito de Francia, con un toque de sensualidad caribeña y por supuesto playas paradisiacas.

Cuando llegué a la también conocida “Isla de las Flores”, por la noche, las diminutas carreteras con rotondas, las placas de los carros y los letreros publicitarios me transportaban a los pueblos europeos. Sin contar su moneda, el euro, y su idioma, el francés. Aunque con los días, escuchaba a muchos locales conversar en su lengua nativa, el criollo martiniqués o ‘créole’.

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Su población es en su mayoría católica. Cada comuna conserva su iglesia en la plaza principal.

Al arribar a ‘Saint Anne’ o Santa Ana, al sur de la isla, se acabaron las comparaciones. Su clima tropical, la brisa del mar, el olor del ron añejo, las embarcaciones pesqueras, los yates y los sonidos de las bandas musicales eran suficientes para sentir y formar parte de esa atmósfera caribeña.

Martinica es una isla volcánica en el archipiélago de las Antillas. En el norte, el Monte Pelee es su volcán activo y su excursión debe estar en la lista de “cosas por hacer”.

En mi caso, definitivamente la playa me llamaba y mi parada fue la más famosa y hermosa de Martinica: ‘Les Salines’ o Salinas. Cada rincón es una postal. Lo bordean las palmeras inclinadas, su arena fina y blanca; y el mar cálido color turquesa.

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‘Le Salines’ o Salinas está ubicado al suroeste de la isla.

‘Les Salines’ tiene un ambiente de paz y tranquilidad. No hay hoteles. Solo restaurantes pequeños y kioscos con ‘souvenirs’, carteras, pareos, vestidos…

Pero, su playa más turística es Diamante o ‘Le Diamant’.  Es ancha y descansa sobre una bahía enmarcada en rocosas y verdes colinas, que desde el sur se observa como la forma de una mujer acostada. Al frente y en medio del Mar Caribe, una roca volcánica de 175 metros de altura es ideal para bucear y disfrutar la fauna marina.

‘Anse Dufour’, al norte de Diamante es una de las más encantadoras. Al ser una ensenada, su caída de sol es uno de los más mágicos y espectaculares de la isla.  Del otro lado de la isla, ya en el océano Atlántico también está ‘Lé Robert’, con el tour de los islotes.

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‘Anse Dufour’

Sí, mi aventura en Martinica consistía en disfrutar nuevas playas y deleitarme en mi hora favorita: la del ‘sunset’, buscando locaciones para tener la mejor vista. Sin importar que fuera hasta en el cementerio, como en ‘Saint Anne’.

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Y fue en esa pequeña comuna, de no más de 4.000 habitantes, donde me hospedé por casi una semana. ‘Saint Anne’ al igual que el resto de Martinica no tiene un turismo masivo, no se observa con frecuencia  americanos o latinos. En cambio, en un sitio de retiro para los europeos. Lo que lo convierte aún más pacífico.

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Uno de los platos tradicionales de Martinica son las frituras o ‘Accras’. Las hay de vegetales, mariscos o pescado.

Pero, es tan cálido que te hace sentir local desde que la pisas, en especial cuando entras a la panadería por el fresco y caliente pan ‘baguette’, haces fila para probar los famosos ‘accras’ o frituras bacalao y camarón o cuando en la noche luego de bailar te sientas en el único sitio que no tiene hora de cierre la crepería de Charles.

Mientras esperas por tus crepes, Charles te presta su equipo de sonido para que pongas tu música favorita. Para mi buena suerte era uno de los pocos (por no decir el único que hablaba español). Su alegría y su buena energía es contagiosa y con él, el ron y la cerveza local Lorraine nunca  faltó. Así el resto del pueblo esté apagado.

Así es que en Martinica el ron forma parte de la rutina diaria. A lo largo de las carreteras están los sembríos de caña de azúcar junto a las destilerías donde uno puede hacer una pequeña parada de degustar las diferentes variaciones de éste espíritu caribeño. En la calle, playa y restaurantes el famoso ‘ti punch’ (ron, azúcar y limón) es la estrella y la firma de la isla. Y para anotarlo. Cero resaca.

Martinica es el secreto mejor guardado de los franceses. Es su sitio para retirarse o vacacionar en familia. Para disfrutar de lo simple y plácido que puede convertirse la vida, donde lo único que necesitas es tu bikini, bronceador, una cámara fotográfica y un buen vaso de ron.

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Por la autopista US 89: Utah y Arizona

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El Parque Nacional Zion resplandecía con sus colores rojizos, rosados, anaranjados y amarillos. Su paisaje rocoso y semidesértico era la puerta de entrada al estado de Utah, en el oeste de Estados Unidos. Al conducir, era como estar inmerso en un parque temático de la naturaleza.

Así fue como inicié mi travesía en carro “road trip” por el oeste del país. Luego de 10 años viviendo en Nueva York, era tiempo de explorar esos espectaculares parques nacionales, aún habitados por comunidades de  indios americanos. Manejando desde Las Vegas, Nevada y tomando la ruta 89, visité 4 sitios. Zion, Cañón del Antílope​​ (Antelope Canyon), la Curva de la Herradura (Horseshoe bend) y el Lago Powell.

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Springdale, es el pueblo más cercano al Parque Nacional de Zion

Imponentes muros, que forman parte del cañón; majestuosa topografía, colinas, desfiladeros, altos precipicios, miradores, riachuelos, lagos, estanques, pantanos, desierto… Eso es Zion. Si eres amante de la naturaleza y de acampar, recorrerlo completamente requerirá de al menos 5 días.

El parque tiene 15 senderos con caminatas fáciles, moderadas e intensas. Los buses gratuitos te llevan desde el parqueadero hasta el comienzo de cada trayecto. En mi caso elegí ‘Canyon Overlook’. Es el único lugar en el que puedes parquear el vehículo en un punto cercano.

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La experiencia es fascinante. Parte del camino es tallado sobre las piedra, hay abismos en los que debes agarrarte de la sogas y subidas sobre rocas. El calor de julio, intenso. Pero con agua, ropa cómoda y gorra llegarás en una hora al punto panorámico, donde las montañas se entrelazan y le dan forma al cañón.

‘Narrows’ es la más famosa y difícil porque caminas por el río Virgin y el trayecto es de 8 horas. En cambio, ‘Angels Landing’ es el “estrella”, apta para los que no sufren de vértigo. Por tiempo no pude completar otro sendero porque debía manejar tres horas hasta llegar al pueblo de Page, cercano a mi siguiente punto. Antílope.

Cañón del Antílope o ‘Antelope Canyon’

Ubicado dentro del desierto en el estado de Arizona, para los indios Navajos, Antílope es su sitio espiritual, en el que ellos sienten esa armonía con la naturaleza.

Este cañón, con curvaturas en sus paredes, es sin duda uno de los sitios más fotografiados y visitados del país. Debido a su delgadez, la luz que penetra a la roca arenisca le da unos tonos naranja, amarillo y rojo espectaculares.

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El cañón alto tiene hasta 40 metros de altura.

Solo se puede ingresar con un tour dirigido por Los Navajos. La mejor hora por su luz, 12pm. Conseguir esos tickets, misión casi imposible. Hay que comprarlos con semanas de anticipación.

Con suerte conseguí para las 11am. Durante la espera, el calor, una vez más, era intenso. Luego una camioneta nos llevó  por una ruta de arena hasta el Antílope Alto, donde ya la marejada de turistas hacía línea para ingresar.

Adentro la atmósfera era única. Mágica. A medida que acercaba el mediodía, Antílope tenía una  fusión  de luces y sombras. En ciertos espacios era como estar dentro de la cueva. Tomarse fotos era desafiante por la cantidad de turistas y la estrechez del cañón. Y, se suma la forma del sitio porque no es circular.

Luego de una hora entre este fantástico juego de colores, la siguiente parada era a 15 minutos. La Curva de la Herradura (Horseshoe bend).

Mi favorito. La vista natural más espectacular de US. Es como un lienzo. La altura del cañón, Glen, y el perfecto meandro rodeado por el rio Colorado (400m. de altura), te erizará  la piel y te dejará sin aliento.

La ruta desde el parqueadero hasta el borde, es muy corta. 15 minutos. Pero, al ser desierto y con la temperatura de 42 grados, hay decenas de letreros aconsejando llevar mucha agua y protección solar. Y, tienen razón porque a los 5 minutos era difícil hasta respirar y caminar.

Una vez en el mirador, solo hay que disfrutar de la vista. Llenarse de energía y fotografiar cada rincón. Los más arriesgados se acercaban al limite para conseguir el retrato perfecto. La mejor hora. La caída del sol.

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Una vez culminada esta travesía, regresaba a Las Vegas. Pero un letrero de entrada al Lago Powell captó mi atención. Decenas de carros-casa estaban parqueados a lo largo del lago artificial. Al ver el agua cristalina y con la temperatura tan alta, era imposible no sumergirse antes de regresar a Nevada.

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El lago Powell se ubica entre Arizona y Utah.

Datos:

  • La entrada a Zion es de 35 USD por vehículo. El pase dura hasta una semana.
  • No hay muchos pueblos cercanos. Las mejores opciones son Springdale (cerca de Zion) y Page ( Antílope).
  • Antílope tiene dos cañones. Alto y bajo. La mejor vista es el primero. La entrada vale 60USD adultos. 30USD niños. Solo se puede pagar en efectivo.
  • Los aeropuertos cercanos a estos sitios son el del Las Vegas, Nevadas y el de Phoenix, Arizona.
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